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Fórmulas, experimentos y alquimias del cierre de listas

La rosca unió lo que la gestión había dividido. Al filo del cierre de listas, las tres patas de Unión por la Patria encontraron un acuerdo que deja a todos relativamente satisfechos: Sergio Massa y Alberto Fernández lograron entrar a la boleta presidencial, y Cristina Kirchner consiguió salir.

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En 24 horas todo cambió. La fórmula Wado-Manzur parecía funcionar en el laboratorio pero no pasó los primeros tests. Demasiados accionistas disconformes.

“Wado primereó. A Massa le está pasando el tren de la historia por la cara. O se sube o es boleta”, observó un dirigente del peronismo santafesino cuando el ministro del Interior parecía encaminarse hacia la Paso contra Daniel Scioli.

Massa no se quedó en el andén. Fogoneó la revuelta de los gobernadores y forzó una negociación con Cristina. Su principal carta, una salida intempestiva del gabinete que desataría un tembladeral financiero a cincuenta días de las Paso. Lo había advertido Malena Galmarini en abril: “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”.

Movido por una audacia y un hambre de poder casi sin límites, el tigrense va por el salto que concretaron el brasileño Fernando Henrique Cardoso y el francés Emmanuel Macron: del ministerio de Economía a la presidencia. Sin embargo, la inflación de 114% acumulada en los últimos doce meses es una mochila pesada para cualquier candidatura.

Se suman a la lista de problemas sus permanentes zigzagueos tácticos y que encabeza una fórmula híbrida con un kirchnerista originario como Agustín Rossi.

No es la oferta óptima para ir en busca de un electorado de centro independiente que viene acumulando frustraciones y que el líder del Frente Renovador disputará con su viejo amigo Horacio Rodríguez Larreta.

En la troika de la coalición antes conocida como el Frente de Todos Alberto Fernández es el que más “cobró” en función de las fichas que tenía en mano. Con su imagen por el piso y aislado en el mundo peronista, el ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina empujó a Daniel Scioli hasta el final y lo sacrificó para colocar al vice. Como presidente, un gran operador.

Paradójicamente, o no, Cristina intervino no para ponerle su impronta a la fórmula sino para deskirchnerizarla. El Chivo no necesita pasar un test de ADN para demostrar su filiación política, pero se mueve de una manera mucho más autónoma de lo que la presidenta del Senado está dispuesta a tolerar y no lo cuenta como propio.

No es la primera vez que Cristina apuesta por un moderado al tope de la boleta, con la tarea de ensanchar la base de apoyos y tender puentes con sectores hostiles. Por ejemplo, determinados segmentos del empresariado, la Justicia y distintas sedes del poder global.

Así lo hizo en 2015, con Daniel Scioli, y en 2019, con Alberto Fernández. En ambos casos, estuvieron pensados como gobiernos con VAR. Primero tercerizó la tarea en Carlos Zannini. Hace cuatro años, la asumió ella misma. Y no funcionó.

El dato más relevante del cierre de listas del peronismo es que Cristina perdió el monopolio de la decisión. No hubo dedazos. Sí un desordenado y caótico tironeo entre tribus internas, inédito para un partido en el gobierno y que lleva en la sangre el culto a la verticalidad, y donde ahora sí se abre una transición en el liderazgo.

En ese precario y volátil equilibrio de poder interno, en el que Cristina es gravitante pero no hegemónica, todos los esquemas electorales parecían razonables y a la vez arbitrarios. Tanto la Paso como la lista única y las distintas alquimias que se barajaron.

En el vacío, el binomio de Pedro-Manzur implicaba una fórmula encabezada por un kirchnerista dialoguista rebajada con un caudillo conservador popular, típico del interior, y con una agenda de contactos que compite en kilaje con la de Massa.

En tanto hijo de desaparecidos durante la dictadura, productor agropecuario, reprimido durante diciembre de 2001, socio fundador de La Cámpora y que pelea contra un trastorno del habla, el principal problema de De Pedro no era el storytelling sino que tenía que inflar en tiempo récord su nivel de conocimiento.

En ese intento de alambrar el espacio kirchnerista y ofrecer identidad, el riesgo de quemar a una de las (no tan) jóvenes promesas del cristinismo en una competencia de resultado incierto con un Scioli que estaba dispuesto a ir a la guerra con dos escarbadientes era demasiado alto. Juan Grabois aparece más como un sparring que como un competidor real.

Con la fórmula de Pedro-Manzur ya en la papelera de reciclaje, los desafíos de la dirigencia peronista son múltiples. Uno es lograr movilizar a toda la militancia para conseguir apoyos para la boleta de Massa y Rossi. Peronistas silvestres y cuadros intermedios creen vivir un revival de cuando Perón echó a los Montoneros de la plaza de Mayo y hasta se animan a desafiar a Cristina. Otra tarea es regenerar expectativas de cambio con una lista que lleva las caras de dos ministros centrales de una administración que no logró domar a los precios que carcomen sin piedad a los salarios.

Por supuesto, nadie descarta una carambola a varias bandas que termine en un triunfo. Pero los verdaderos objetivos pasan por conseguir una bancada legislativa lo suficientemente numerosa para condicionar al próximo gobierno y evitar el papelón del tercer puesto. Esas son las apuestas de Cristina, que ve una competencia donde los pisos serán más determinantes que los techos.

Parados frente a una competencia que creían ganada antes de jugar, y con Mauricio Macri corrido de escena, los dirigentes de Juntos moldearon una oferta electoral a imagen y semejanza de la visión que cada uno tiene para su hipotético gobierno.

Mientras Patricia Bullrich se inclina por dispositivo más homogéneo, de nítida línea dura y pintado para el combate, Horacio Rodríguez Larreta piensa en un esquema más amplio y armó su propio Juntos por el Cambio dentro de Juntos por el Cambio con dirigentes amarillos, radicales, lilitos, peronistas antikirchneristas, celestes y cruzados del libre mercado.

Con los jefes de ambas coaliciones enfocados en el tablero nacional y en el Amba, el cierre en Santa Fe tuvo sus condimentos locales.

El peronismo estiró hasta el final una negociación en la que pulsearon por los primeros lugares el massismo, el cristinismo, el rossismo y Perotti, y en la que ganó el candidato a vicepresidente. El gobernador se concentró en la elección provincial pero no le causa gracia que se empodere Rossi, su principal rival en el PJ santafesino. Se presenta un potencial foco de conflicto hacia adelante.

Rossi y Perotti, una interna que se reaviva en Santa Fe

En Juntos, Maximiliano Pullaro, alineado a nivel nacional con Martín Lousteau, puso a Juan Cruz Cándido en la lista de Rodríguez Larreta, mientras el bullrichismo local colocó a José Núñez al frente de la boleta que irá colgada a la de la ex ministra de Seguridad. A partir de ahora la competencia provincial se nacionalizará.

Con el objetivo de colar diputados y sumar al caudal nacional de sus espacios, el PS empujará en la provincia la fórmula de Juan Schiaretti y la economista Romina Diez será la cara de Javier Milei. Tanto el gobernador cordobés como el líder de La Libertad Avanza tratan de capitalizar, con estilos diametralmente opuestos, el agotamiento de la grieta y se juegan mucho en estas elecciones.

Presentadas las listas, terminó la fase más endogámica del proceso electoral. Afuera, la realidad no da respiro. El estallido en Jujuy anticipa tiempos turbulentos. Y la violencia en Rosario pide medidas urgentes que no aguardan al recambio de autoridades. Con los candidatos ya definidos en todos los niveles, le toca a la oferta estar a la altura de las demandas de una sociedad cansada de los experimentos fallidos.

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