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Una inundación que transformó la vida de un barrio y su gente

La inundación de abril de 1986 es recordada año tras año por los vecinos y vecinas de Empalme Graneros y de la zona norte de la ciudad. En aquella oportunidad, cayeron más de 160 milímetros y hubo casi dos metros de agua de vereda a vereda. La tragedia dejó un saldo de 20 mil casas arruinadas y más de 80 mil personas afectadas.

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Del 23 al 26 de abril, la peor parte de la inundación y las fuertes lluvias se la llevó Empalme y el barrio de Arroyito, donde vecinos recuerdan haber puesto bolsas de arena en las puertas, levantar la altura de los muebles con tacos de madera y poner a resguardo los electrodomésticos para evitar el avance del agua.

Los diarios de la época muestran fotografías de vecinos caminando por la calle con el agua hasta la cintura, colectivos y autos varados, y hasta una canoa circulando por la intersección de Juan José Paso y Génova.

Fueron justamente los habitantes de Empalme que se volvieron “expertos” en hidráulica. Así lo recuerda Osvaldo Lalín Ortolani, histórico referente de la Vecinal Empalme Graneros.

“Son 36 años y seguimos luchando y recordando. Siempre hay que tener la mirada puesta en el tema, porque se hicieron obras, pero la urbanización crece y los ciclos de las fuertes lluvias se siguen dando. Con la vieja barra de Numain (Nunca Más Inundaciones) nos seguimos juntando, salvo aquellos que fuimos perdiendo en el camino, para transmitirles a los más jóvenes lo que pasó y cuál es la problemática de nuestro barrio. Muchos saben por anécdotas que les contaron sus padres o abuelos, algunos eran chicos cuando los subieron al techo o los trasladaron en lancha… ¿Qué rápido nos pasa la vida, no?”, reflexiona Lalín.

“La noche de la inundación tuvimos de golpe casi dos metros de agua, así que al poco tiempo algunos nos encontramos yendo a clases de Hidráulica de la universidad, hablando de cota, velocidad de cubrimiento, caudal y demás vocabulario especifico. Hubo un momento en que la discusión llegó de igual a igual con los expertos que venían a conversar a la vecinal. En la década del 40 se entuba el arroyo Ludueña, tiempo después se hace un tubo por calle Juan B. Justo, pero pasaron veinte años y vino la gran inundación del 86. Supimos que ese tubo estaba semi destruido. ramos diez locos peleando por este tema”, recuerda.

El año que viene la vecinal de Empalme estará cumpliendo cien años, y Osvaldo se enorgullece de ser parte de la historia. “La vida nos puso a vivir ahí, y haber luchado por las obras para no inundarnos cambió lo que queríamos de nuestras vidas. Fue un cambio de timón para muchas personas de Empalme, por la solidaridad que produce un evento de estos. Hizo retomar los principios de ayudarnos entre los vecinos, el barrio se hizo más pueblo, empezamos a sentir más pertenencia. Hasta vamos a dar charlas a las escuelas sobre lo que pasó. Teníamos que dejar para nuestros hijos y nietos un barrio sin inundación”.

Numain fue la agrupación que luchó para concretar las obras y la presa del arroyo Ludueña. Tiempo después se disolvió, pero quedó un grupo de voluntarios que se juntan ante cada amenaza de una crecida o para seguir luchando por las tareas complementarias de las obras, y la continuidad de los aliviadores pluviales.

Las nuevas urbanizaciones, como la de Ybarlucea, tienen mucho que ver todavía con la posibilidad de inundaciones del terreno. Lalín advierte sobre la crecida demográfica de la región, incluyendo a nuevos barrios que ya se pueden ver en Fisherton.

“Todas fueron obras caras, otras no tanto, entendemos que son obras enormes pero que no se ven, pero en el camino fuimos encontrando gente comprometida de la municipalidad y de la provincia. Sin embargo, en estos últimos siete u 8 ocho años hubo poca presencia del Estado. Hay baches, zanjas, no cortan las ramas. El 90 por ciento de Empalme tiene zanja con agua podrida. Tenemos cuatro calles con pavimento definitivo y cordón cuneta. El resto no, y vivimos 45 mil personas”, destaca Ortolani, que a sus 64 años sigue peleando. “Los vecinos no se quieren ir, pase lo que pase”.

Los aliviadores

En la actualidad, la zona cuenta con los conductos denominados Aliviadores I, II y III, el conducto Olivé y el conducto Sorrento, además de la Presa de retención de crecidas del Arroyo Ludueña, construidos a partir del año 1995 en adelante.

Según informes del Ministerio de Infraestructura de Santa Fe, el aliviador III actúa como un by pass, drenando el exceso de caudal del arroyo cuando éste crece en forma extraordinaria por las fuertes lluvias superando su nivel habitual. Es ahí cuando el agua ingresa al túnel de hormigón de 5 metros de diámetro, preparado para desagotar 60 mil litros por segundo.

Una foto aérea de archivo de La Capital que muestra un sector del barrio, el día después de las lluvias.

Por ejemplo, el conducto Sorrento tiene una traza que se desarrolla en su totalidad por dicha avenida hacia el este, con una longitud de 2.300 metros. El área de descarga en el arroyo Ludueña se ubica en el tramo comprendido entre los puentes de calle Nansen y avenida Eduardo Carrasco, aproximadamente 400 metros aguas arriba de la descarga del arroyo en el río Paraná.

Contaminación

Sin embargo, en los últimos años, la problemática de la sequía dejó ver la otra cara del arroyo: basura, contaminación y mal olor.

El arroyo Ludueña es uno de los cauces fluviales más importantes de la zona. Nace como red de avenamiento de más de 800 kilómetros cuadrados de campos de la ciudad y la región, además de abastecer a localidades aledañas a Rosario. Con una longitud de 19 kilómetros, desemboca en el río Paraná a la altura del barrio de Arroyito. En resumen, tanto su nivel alto o bajo, así como el mismo estado que presenten sus aguas, influye en la vida de miles de personas.

A comienzos de este año, un shopping y un barrio privado fueron denunciados por distintos concejales por presunta contaminación del arroyo. En esta oportunidad, los mencionados actores fueron nuevamente alertados por los habitantes de la zona, quienes mantienen una histórica lucha para con el Estado para que se concreten las obras necesarias que contengan a las aguas del arroyo y controlen la salubridad de sus aguas.

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