Crónicas de la bajante: la amarga cosecha de frutillas de Coronda
El escaso caudal del río aumentó la salinidad del agua que se utiliza para regar los campos. Los productores pronostican pérdidas de entre el 30 y el 50 por ciento
Vaschetto tiene 67 años y lleva más de cuatro décadas produciendo frutillas en Coronda. Cultiva dos hectáreas en la zona rural de la ciudad santafesina, distante a unos 125 kilómetros de Rosario, conocida en todo el país por la calidad de sus frutillas: grandes, de un rojo intenso y muy dulces. Sin embargo, la histórica bajante del Paraná tiene en vilo a la cosecha y algunos productores ya pronostican pérdidas de entre un 30 y un 50 por ciento. El escaso caudal del río elevó la salinidad del agua utilizada para regar los campos y las lluvias, escasísimas, no permiten lavar la sal que ahoga a las plantas. Por eso el hombre mira al cielo todas las mañanas y mastica bronca cuando ve la luna.
Coronda es frutilla. El fruto está presente hasta en la parada del colectivo.
Coronda es la Capital Nacional de la Frutilla y desde 1946, cada noviembre, se celebra la fiesta donde se exhiben y compiten las distintas variedades que crecen en sus campos. En la ciudad se cultivan unos 7 millones de kilos de fruta, lo que representa el 45 por ciento de la producción nacional. En 3 kilómetros de costa del río Coronda se suceden las quintas unos 90 medianos y pequeños productores, orgullosos de un trabajo que impregna la identidad de la localidad. La frutilla está presente en el logo que identifica edificios públicos y la papelería oficial, en los murales callejeros y hasta la parada del colectivo imita la forma del fruto, coronado de hojas verdes.
«La ciudad tiene una historia de más de cien años relacionada a la producción de frutillas. El río, la humedad y la tierra arenosa le da un sabor especial a esta fruta tan preciada. Por eso vos comés una frutilla de Coronda y es distinta a la que se produce en otras localidades, es más dulce», asegura el intendente de la ciudad, Ricardo Ramírez, también productor de frutillas.
El desarrollo del cultivo y la cantidad de variedades que se plantan en la zona, con plantines producidos en el sur, permiten estirar los tiempos de cosecha, tradicionalmente acotados a la primavera. Ahora los frutos empiezan a aparecer en los primeros días de julio y se mantienen hasta los últimos de noviembre. Y en esos días, la comunidad revive.
La economía de toda la ciudad depende de la cosecha de frutilla.
«Las producciones regionales tienen mucho trabajo artesanal. Podés plantar dos o tres mil hectáreas de soja con dos máquinas y tres empleados, pero para plantar diez hectáreas de frutilla necesitas cien personas, otras 50 para despalillar, muchos son trabajadores que llegan con la cosecha, pero muchos son corondinos«, afirma el intendente. Durante la cosecha, los comerciantes de la ciudad venden más y sus clientes pueden pagar el fiado.
Sin embargo, este año, los dones naturales que hacen a la fama de la frutilla corondina, le están jugando una mala pasada. «Estamos acostumbrados a tener problemas con el clima, con las grandes lluvias, con la sequía, con el granizo. Pero lo que está sucediendo ahora es algo completamente nuevo, totalmente inesperado«, explica Ramírez.
La ciudad tiene tres kilómetros de costa, sobre el río Coronda que lleva sus aguas al Paraná.
El Coronda forma parte de la cuenca del Paraná que, como coletazo de las variaciones climáticas y las actividades humanas, atraviesa una bajante prolongada y extrema, nunca registrada en los últimos 70 años. En el recorrido del Coronda se mezclan las aguas de la laguna Setúbal y del río Salado, que arrastra materiales de las salinas de Santiago del Estero. Pero, al estar casi seca la laguna, las aguas del Salado son el principal componente del río que baña los campos de cultivo. Y la salinidad que carga ese brebaje castiga a los suelos.
La frutilla es una planta muy delicada y demandante de líquido. La mayoría de los productores utiliza agua de río, que siempre fue de excelente calidad. «En tiempos normales es de 0,5 miligramo de sal por litro, ahora está en 4 miligramos por litro, casi 10 veces más. El agua, con esa cantidad de sal, va directamente a la raíz de la planta que no se desarrollan como deberían, las plantas no crecen y las hojas empiezan a ponerse marrones por la cantidad de sal», señala el intendente y advierte que la consecuencias de este fenómeno se verán claramente en septiembre y octubre, cuando la producción esté en su esplendor.
La planta de frutilla es muy delicada y demanda varias horas de riego al día.
«Hay una incertidumbre y preocupación muy grande entre los productores _continúa_. Algunos hicieron perforaciones para regar, pero encontramos también que el agua se ha ido muy abajo y también carga mucha sal, otros extendieron chupadores al medio del río o colocaron plantas para eliminar la salinidad. Todos estamos pidiendo lluvias que nos permitirían solucionar en parte el problema, lavando las plantas y sacando la sal de la superficie», resume Ramírez.
Los productores de frutilla no son los únicos afectados por la bajante del río. Hace un mes que los corondinos no pueden tomar agua de la canilla por la misma razón: está muy salada.
>>Leer más: Ir por los bidones para tomar agua
Las cien cosechas
Miguel García es parte de una familia pionera en cosechar frutillas en Coronda. Sus abuelos empezaron el negocio en los primeros años de la década del 20. «Este año será la cosecha número cien», afirma parado en el mismo campo donde comenzó esa historia, de espaldas a la que fue la antigua casa familiar, ahora vacía.
Miguel García sigue la tradición familiar, sus quintas llevan cien años produciendo frutillas.
«Mi abuelo mando el primer cargamento de frutillas a Buenos Aires, fue en 1935 cuando el obelisco aún no existía«, cuenta con orgullo. En el campo de García se multiplican las parcelas, idénticas, cruzadas por los surcos donde crecen las plantas, verdes, con los frutos ya asomando bajo sus hojas. El hombre corrobora rápidamente una hipótesis: «Acá la sal no afectó tanto».
La de García es una plantación que el define como «de alto nivel tecnológico», eso incluye la incorporación de maquinaria que arma los surcos, un sistema de mangueras de riego por goteo y la incorporación de fertilización y fumigación con productos que no afectan la capa de ozono. «Nos hemos aggiornado a las reglas internacionales. Es lo mejor que podemos tener para que el negocio funcione», explica.
Este año pusieron en marcha también una planta de ósmosis inversa que permiten extraer la sal del agua de las perforaciones. Las máquinas costaron unos 20 mil dólares y tienen un alto consumo de energía, pero permitirá evitar la pérdida de rendimiento que en algunos casos será, según calcula, «catastrófica porque se perderá la mitad de lo que podrían sacar con la cosecha».
En condiciones óptimas, de una planta se obtiene un kilo de frutilla; pero el estrés que les causa la sal no sólo reduce la cantidad de frutos, sino también su tamaño. «Las frutillas más chicas son las de menor precio, por eso si a la merma de volumen sumamos la del valor, algunos productores van a trabajar todo el año a pérdida».
La merma en la cosecha tiene en vilo también a las fábricas que procesan frutillas para convertirlas en congelados, almíbares y mermeladas para la gastronomía. Casi llegando a septiembre, las cámaras están vacías.
>>Leer más: Una fábrica de congelados, parada por la falta de frutillas.
Un fruto muy preciado
Por las mismas frutillas que en las verdulerías y supermercados de Rosario se pagan 500 pesos el kilo, los productores reciben unos 150 pesos, restando gastos de envase, flete y comercialización. Los peones que las cosechan se llevan entre 9 y 10 pesos.
Los productores se quejan por la distorsión que genera la cadena de venta y la necesidad de buscar mecanismos que permitan achicar esa brecha «porque cuando el productor recibe un peso, el consumidor generalmente gasta cuatro», apunta Miguel Angel Vaschetto mientras recorre las dos hectáreas donde se alistan sus plantas, ni tan grandes, ni tan verdes, aferradas a surcos que no disimulan el color blancuzco de la sal.
Miguel Angel Vaschetto tiene dos hectáreas casi sobre el límite de llanura de inundación del Coronda.
«Lo que está pasando es tremendo. La sal quema las raíces, las hojas empiezan a tener un color marrón en los bordes y se secan. La planta se termina muriendo», afirma y arranca las matas castigadas, como si se tratara de hiervas malas.
Hace unos años, el campo de Vaschetto estaba casi al borde del canal de inundación del Coronda, ahora para llegar al agua hay que caminar unos mil metros por un badén de arena donde crecen pastos y arbustos amarillos. Para el productor, la sequía es un castigo «mucho peor» que cualquier crecida. «Si no llega a llover pronto, no se qué vamos a hacer. Nuestra esperanza es que la lluvia lave las sales, creo que esa es la única solución posible», se resigna.