Marcelo Lotuffo: El hombre detrás de las joyas mecánicas de Rosario
Marcelo Lotuffo, un vendedor rosarino con raíces en el barrio Tablada, es mucho más que un apasionado por los autos antiguos. Su vida está marcada por historias de familia, trabajo y amor por la mecánica de antaño. Desde su infancia, marcada por los viajes en el Ford A de su padre, hasta sus actuales paseos en un impecable Buick 1939, Marcelo ha construido una relación única con los vehículos clásicos.
Un viaje a través de Tablada y la Biblioteca Vigil
Nacido el 19 de septiembre de 1964, Marcelo creció en el pasaje Zanni de Tablada, en una típica casa chorizo. Su infancia estuvo llena de vivencias en la emblemática Biblioteca Vigil, un centro cultural que dejó una huella imborrable en su vida. Su padre, Luis, repartidor de leche Cotar, y su madre, Lili Penzado, cocinera, le inculcaron valores de trabajo y humildad.
“La infancia en Tablada fue hermosa”, recuerda Marcelo, quien aún evoca el sonido del camión Ford A que recorría las calles de Rosario. Entre anécdotas, rememora un episodio de 1974, cuando su padre ignoró un cartel de advertencia en barrio Martin y sobrevivió a una explosión.
La chispa por los autos antiguos
Desde pequeño, Marcelo sintió fascinación por los autos. “Voy a una chatarrería y para mí es un shopping”, confiesa. Este amor por las máquinas lo llevó a adquirir piezas únicas, como su Ford A 1929 y el Buick 1939 que hoy utiliza para recorrer las calles de Funes. Su pasión no solo es coleccionista, sino también restauradora. Trabaja junto al “Gringo Rotta”, un mecánico artesanal, para devolverles la vida a estos autos.
Marcelo destaca el arte detrás de la restauración: desarmar, arenar y reconstruir cada pieza como si el tiempo no hubiera pasado. Sin embargo, lamenta la escasez de chaperos artesanales, maestros que convirtieron latas de duraznos en pequeños autos durante su infancia.
Un homenaje a su padre y la continuidad de un legado
Los autos antiguos no son solo objetos de colección para Marcelo, sino un vínculo con su pasado. El Ford A es más que un vehículo; es un homenaje a su padre. “Cuando manejo el Ford A con mi hijo, siento que estoy con mi papá. Es una conexión entre generaciones”, asegura.
A pesar de poseer joyas mecánicas, Marcelo busca una en particular: el Ford A que su padre llamaba «La Petronila». Con nostalgia, relata cómo su familia lo usaba durante los años 70. Encontrar ese auto es su gran sueño.
Una carrera marcada por la pasión por vender
Marcelo es vendedor de alma. Desde joven encontró su vocación, respaldada por su amigo Juan García, hijo del dueño de La Favorita, quien le abrió puertas en American Express. Actualmente, trabaja en la Mutual de la Asociación Médica, donde maneja seguros y continúa desarrollando su habilidad innata para vender.
“Soy feliz vendiendo. Me das dos biromes y salgo a venderlas por la esquina”, dice con orgullo. Agradece tener una vida profesional alineada con su pasión, algo que comparte con su esposa, médica de vocación desde la infancia.
Autos antiguos, historias y amigos
Los autos han tejido una red de amistades y aventuras en la vida de Marcelo. Con Miguelito, su amigo de años y exnochero de la estación Carasa, comparte interminables charlas sobre autos, nafta y aceite en el bar El Lido. Juntos han realizado viajes inolvidables, como uno en una cupé Mercury hasta Buenos Aires.
La conexión de Marcelo con los autos antiguos va más allá del volante. Es una forma de vivir y revivir momentos, de recordar el pasado y honrar la memoria de quienes marcaron su camino.
Un futuro cumplido, con una meta pendiente
Para Marcelo, casi todos sus sueños se han cumplido. Disfruta de su Buick, su Ford A y las largas charlas sobre autos con amigos. Sin embargo, encontrar «La Petronila», el Ford A de su padre, sigue siendo su gran pendiente.
Mientras tanto, este vendedor rosarino sigue dejando su huella por las calles de Funes, a bordo de las joyas mecánicas que tanto ama, demostrando que cada giro del volante es un viaje al pasado lleno de significado.