Policiales

Un hombre confiesa un crimen en Pérez por el que hay dos condenados a perpetua

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Tiene 24 años y dice que lo agobia la culpa por un hecho ocurrido en 2015 que ya es cosa juzgada. Los defensores de los sentenciados piden a la Corte que lo reabra.

Hace algo más de seis años un trabajador de campo oriundo de Chabás desapareció de los lugares que frecuentaba. Dos días después fue encontrado muerto en un camino rural de Pérez con un tiro en el cráneo. Se llamaba Adrián Fabio Intilángelo y tenía 49 años. La investigación del caso determinó que fue emboscado en ese paraje inhóspito al que llegó en su Renault Kangoo acompañado por una trabajadora sexual a la que frecuentaba hacía tiempo. Esa mujer fue la principal testigo en un juicio oral y público de 2018 contra dos hombres, Pablo Spadoni y Carlos Montenegro, que fueron condenados a prisión perpetua. Hasta que cinco años después del crimen alguien con una palabra pesada apareció de manera espontánea para despedazar la lógica con la que se había contado la historia del caso. «Quiero confesar un hecho que hice por el que me encuentro arrepentido», escribió. Y contó los detalles de cómo la noche del 28 de marzo de 2015, en ese paraje desolado en las afueras de Rosario, mató a balazos a Adrián Intilángelo.

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Es una cosa del todo extraña pero muy estremecedora. Un hombre se presenta, ofrece sus datos y asume la culpa por la que otros dos están condenados a pasar la mayor parte de sus vidas en un calabozo. Estos dos hombres en el juicio rechazaron ser los culpables del crimen. El que dice ser el asesino jamás estuvo en el radar de los investigadores. Pero asegura que el peso de lo que hizo lo mortifica a tal punto que no puede vivir sabiendo que dos inocentes llevan años en prisión. Y que les espera mucho más.

Se trata de un caso que pese a estar cerrado judicialmente está cruzado por una enorme opacidad. Dos hombres están condenados a la pena máxima y aparece alguien que dice «Yo lo hice». ¿Es infalible el sistema que los condenó? ¿Hay algún tipo de artimaña o presión sobre alguien que confiesa algo por lo que le tocaría perpetua? El asunto traslada a un hecho semejante de 1998, el caso del llamado «violador del centro», cuando un joven acusado de ataques sexuales en el centro rosarino fue condenado a 14 años de prisión. A los pocos días un médico de 28 años que fue detenido por un robo menor confesó sin que nadie lo forzara que el autor de esos delitos por el que estaba condenado otro era él. No le creyeron. Pero lo escucharon. Y los detalles de los hechos contados fueron tan contundentes, sumados a pruebas genéticas, que se supo que tenían sentenciado a un inocente. ¿Podría ser una historia análoga?

El que asume la responsabilidad del homicidio del asesinato de Pérez se llama Nicolás Bechelli y tiene 24 años. Dice que al momento de cometer el crimen, a los 19, vivía obnubilado por el consumo problemático de drogas. Pero que dejó atrás la adicción y no soporta el agobio de la culpa. En una carta manuscrita de una carilla y media consigna lo que hizo aquella noche que lo oprime. Frente a tan desconcertante novedad los abogados de uno de los condenados pidieron a la fiscalía que acusó a Spadoni y Montenegro que convoque al que dice ser culpable de matar a Intilángelo para investigarlo. Como no hubo ninguna respuesta a eso le plantearon a la Corte Suprema de la provincia que revise el caso.

El trámite tiene un dictamen del procurador de la Corte, Jorge Barraguirre, que lo desaconseja por interpretar que Bechelli no aporta referencias sobre detalles del caso, que hay una llamativa coincidencia temporal entre su confesión y un fallo que deja firme la condena contra los dos detenidos y otros rasgos que considera inconsistencias entre la declaración y las constancias recogidas en el caso judicial.

La defensa de uno de los condenados replica punto a punto las preguntas que la confesión de Bechelli le generan al procurador. Y agregan una más. ¿Por qué una persona en su sano juicio confesaría un crimen que no cometió cuando hay otra persona que fue condenada por ese hecho? Los defensores alegan que tantas dudas es necesario despejarlas con respuestas. Y que para eso lo único razonable es citar a declarar a quien se asume como el verdadero asesino.

En el asesinato de Intilángelo hay un eslabón central que tuvo en el juicio un peso decisivo. Ese eslabón es Claudia Zorat, la trabajadora sexual que estuvo en el lugar del hecho donde mataron a este trabajador rural, que manejaba máquinas agrícolas para distintos contratistas, con un disparo en la nuca, efectuado a corta distancia, que además lesionó uno de los brazos, y un segundo disparo en el tórax. Zorat fue detenida por primera vez a dos meses del crimen cuando tenía 27 años y acusada como coautora de homicidio calificado por la participación de dos o más personas y críminis causa, es decir, cometido para consumar otro delito.

¿Qué pasó la noche del crimen? La teoría del fiscal Florentino Malaponte, la que prevaleció en el juicio, indicó que Claudia Zorat trabajaba en el boliche El Molino en Pérez. Allí había trabado relación con Intilángelo que se convirtió en su cliente. Ella sostuvo que intentó abandonar ese vínculo porque el hombre se había obsesionado con ella y la relación «se puso pesada». La noche del homicidio ambos llegaron juntos al camino rural hacia el cementerio. En ese sitio, planteó el fiscal, tres hombres abordaron a Intilángelo, uno de los cuales le disparó y lo mató. Tras el asesinato fueron a la cada del contratista en Las Heras al 1500, en Chabás, de donde se llevaron elementos de valor que luego descargaron en una finca de Pérez.

La situación de Zorat implicó una alteración que las defensas explotaron en el juicio oral y que ahora vuelven a remarcar. La mujer pasó de estar acusada como coautora del homicidio, que implicaba también perpetua, a amenazas coactivas agravadas, con lo que cerró un juicio abreviado con tres años de prisión en suspenso. Fueron sus dichos los que incriminaron a Spadoni y Montenegro. En el juicio el defensor de Spadoni, Juan Ubiedo, se refirió a ella no como a una testigo sino como «la acusada» en clara intención de atacar a la principal testigo de la Fiscalía. E indicó que su cliente carece de responsabilidad penal en el hecho.

Lo mismo hizo la defensora pública Andrea Siragusa con Montenegro, al que definió como un «trabajador». También dijo ese día de alegatos de hace tres años que asistía a un hombre que está preso por un hecho que no cometió. «No hay evidencia objetiva que lo vincule con el episodio», dijo, y apuntó contra Zorat: «El tribunal advertirá que la única razón por la que Montenegro fue traído a juicio es el relato de alguien que ni siquiera llamaremos testigo, porque no sólo se vinculó directamente en el hecho sino que lo relata involucrando a terceros, lo cual le valió su libertad».

En el juicio la mujer dijo que le había contado a Cintia Spadoni, la hermana de Pablo Spadoni, que Intilángelo la había amenazado para continuar la relación que tenían. Y que esa conversación fue escuchada por Montenegro que era en ese momento pareja de Cintia. Zorat dijo que Montenegro le había ofrecido asustar a Intilángelo para que desistiera de seguir viéndola. Eso ocurrió, sostuvo la mujer, la mañana del día en que matarían a Intilángelo. Los jueces Román Lanzón, Mónica Lamperti y Rodolfo Zvala condenaron a Pablo Spadoni y Carlos Montenegro a perpetua. La sentencia fue confirmada. En marzo de 2019 la Corte Suprema rechazó una queja por el trámite del incidente. Con eso el caso quedó cerrado.

Y cuando el asunto llevaba un año como cosa juzgada Leandro Bechelli se presentó ante la Fiscalía Regional de Rosario con un asesor letrado a confesar que él era quien había matado de Intilángelo. Fue el 23 de octubre de 2020. Aseguró que no conocía a las dos personas condenadas. Pero que estuvo en el lugar con Claudia Zorat el día del homicidio.

«Esa noche fui a un cabaret en las afueras de Zavalla. Ahí me encontré a una amiga que era conocida de Pérez. En ese momento tenía 19 años y para entonces me drogaba, ella me contaba de un cliente que la trataba mal ella quería que le robemos q’ el hombre tenía plata, esa misma noche ella llamada Claudia lo sitió al cliente de ella, nosostros los volvimos a Pérez a la casa de Claudia y ahí me dio un fierro para robarle y asustarlo», escribió con letra menuda y pareja. En ese texto refirió que la mujer le señaló donde esperarlo en la oscuridad, en una zanja, hasta que ambos llegaron. «Yo salí de la oscuridad, le quise robar, forcejeamos. Se me disparó el fierro dándole en el brazo», escribio.

Contó que en ese momento, al expresar eso, Intilángelo se dio cuenta que quien esperaba para robar y ella se conocían. «Ahí Claudia me dijo «asegurálo». Y yo asustado le disparé de vuelta y lo llevé para la zanja, donde él estaba vivo, lo tiré boca abajo dándole un tiro más en la espalda y el seguía moviéndose y agarré la Cangú (por el Renault Kangoo de Intilángelo) con Claudia y nos fuimos donde ella sabía que él escondía la plata en la casa del vos afuera de Perez» (sic). Dijo que no encontraron dinero en la casa en Chabás pero sí que se llevaron cosas de adentro de la vivienda. Y que luego él roció con nafta y prendió fuego al vehículo de la víctima.

Hasta ahora nadie escuchó a Bechelli. No lo hizo la fiscalía de Rosario que construyó una investigación y propuso con éxito dos condenas. El procurador sí consideró exhaustivamente lo que dijo pero en un texto. Nadie lo sometió a preguntas. ¿Le interesa a la Justicia Penal de Santa Fe hacerlo? Los abogados patrocinantes de Spadoni, uno de los condenados, señalan que es indispensable citar a Bechelli para que despeje las dudas hablando.

El procurador se preguntó en su dictamen si el tercer hombre que participó en el hecho, nunca identificado, no sería efectivamente Bechelli. Dice si es coincidencia que confiese el homicidio cuando el caso había llegado hasta la última instancia. Aduce que le resulta extraño que mencione que disparó tres veces cuando la víctima recibió dos disparos. Que es llamativo que no defina cómo conocía a Claudia ni por qué una mujer para el plan que tenía eligió a un chico de 19 años.

Los defensores de Spadoni dicen que todo eso no debe cerrar como un interrogante. Y remarcan a las preguntas una en especial. Tiene lógica que Bechelli haya esperado para confesar el cierre del caso. Porque si en el medio del trámite los acusados eran despegados él no debía confesar su culpa para que no hubiera personas condenadas por un crimen que él cometió. Fue el peso de su conciencia, dicen, lo que lo llevó hasta allí.

Spadoni siempre dijo no haber estado en el lugar de los hechos. Bechelli dice que sí estuvo y que disparó él. Si un tercer hombre que estuvo allí no fue identificado¿no pudo haber sido él? La Fiscalía no escuchó su testimonio. Si hay una sentencia desajustada el costo es grave: dos personas condenadas a perpetua. Abrir el caso cerrado, dice el procurador, no es razonable por las inconsistencias de Bechelli e implica romper el principio de cosa juzgada. No hacerlo, replican los defensores Malena Corvalán y Bruno Guastella, puede convalidar una pena injusta a cadena perpetua. Lo que se pide es despejar la duda, dicen, para acercarse a la verdad. La Corte Suprema de la provincia tiene el caso en estudio y se pronunciará en forma inminente sobre si lo abre o no.

No es solamente el caso en sí. Hay en juego un complicado test sobre la falibilidad del sistema acusatorio. El juicio oral y público entró en vigencia hace siete años como un modelo de enjuiciamiento más transparente y más seguro para ofrecer eficacia. Se trata además de examinar hasta que punto el sistema judicial santafesino puede compulsar y procesar, si los hubiera, sus propios errores. Sobre dos personas condenadas en un juicio oral muy controvertido, con una testigo principal a la que le cambiaron la acusación por una pena mucha más baja cuando contribuyó a identificar a los dos que hoy están cautivos a perpetuidad.

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